3/2/10

LOS GOLPES

El hombre se detuvo ante mi puerta.
- Me muero - dijo mirándome desesperado.
- Espere - me levanté aparentando calma. Fui hasta la cocina lentamente, buscando algo que hacer para ganar tiempo. La cafetera aún estaba tibia. Me serví un poco de café. Bebí de golpe. Regresé sin prisa a la sala. El hombre se había sentado en el sofá y se mesaba los cabellos. Sus manos le temblaban incontrolablemente.
Esta podía ser mi última oportunidad. Ya no sabía cómo ayudar a los infelices que seguían tocando a mi puerta. Estaba harto. Si no fuera por el deber de mantener vivo el mito, ya habría renunciado.
Me senté frente a él.
- Cálmese - lo palmeé suavemente en el hombro.
Otro caso fallido para mi archivo. Traté de improvisar:
- Tengo algo que decirle. Lo descubrí hace pocos días: El horizonte no existe, es sólo una línea imaginaria, algo a lo que nunca se llega. Mire, está aquí en el diccionario: Horizonte, límite extremo a que alcanza la vista.
-Pero cuando llegamos allí, el horizonte se convierte en otra cosa, un país, un continente, otra trampa. ¿Entiende?
El hombre sollozó:
- Eso ya lo sé. Dígame otra cosa, por favor. Algo pequeño. No abstracto y general. Sabe... a veces cualquier cosa es más importante.
- Espere - comencé a decir mientras daba vueltas por la sala. Estoy rodeado de miles de cosas pequeñas.
Mis ojos se detuvieron en el reloj de pared.
- Oiga esto: Ese reloj se acaba de detener hace unos minutos. He estado toda la mañana pensando que el tiempo…..el tiempo….es algo a lo que no hay que tenerle miedo.
Sentí vergüenza ante mis palabras.
Un hombre desesperado y yo tratando de aliviar su miseria con frases tontas que ni yo mismo creía.
El hombre se levantó bruscamente:
- Usted es un embustero -dijo, ofendido.
- Es verdad, le dije, yo también salí a buscar algunas respuestas y tampoco las encontré. Pero he decidido no morir. Voy a aplazarlo todo.
Me dejé caer en el sofá, desalentado.
El hombre me miró con compasión.
- Disculpe, no quise ofenderlo. Pensé que podía ayudarme.
- No. Se equivoca. Nadie va a ayudarlo. Eso también lo descubrí hace mucho tiempo. Usted va a morir de esa equivocación. No son las enfermedades, es la equivocación la que nos mata. La naturaleza nos elimina por caducidad, cuando somos incapaces de descifrar ...los nuevos códigos.
Sentí su mirada cargada de odio.
Todos terminaban odiándome, pensé.
- Esta puerta a la derecha -le dije- son los vecinos. Ellos tienen hijos. A veces ríen. Quizás puedan ayudarlo. Yo ya no sé nada.
El hombre se marchó. Me senté y escribí en mi cuaderno:
El infeliz nunca quiere saber la verdad. Todos mueren.
Estiré las piernas y me recosté en el respaldo del sofa.
Rogué porque no se apareciera nadie más, pero luego de unos segundos, sentí los golpes en mi puerta. Lentos. Exactos. Y una voz humana preguntó:
- ¿Dios mío, estás ahí?