16/7/09

A PRISA ANDAMOS, PARA LLEGAR A NINGUNA PARTE



Me he enterado recientemente de que al vocabulario de nuestros malestares se ha agregado un nuevo término: time-sickness, la percepción obsesiva de que el tiempo se desvanece, las horas extra ya no bastan y es necesario pedalear cada vez más rápido para seguir (no se sabe hacia dónde, no se sabe por qué). Un nuevo mal para este milenio lleno de males nuevos, que podría llamarse también Síndrome del Conejo Blanco o Síndrome de Benjamin (en honor a Franklin, ese hombre infatigable y presuroso, que además de haber sido uno de los padres de Estados Unidos, inventó el pararrayos, negoció tratados con las confederaciones indias, formó una milicia para construir fuertes fronterizos, fundó la primera compañía de seguros, el primer cuerpo de bomberos y el primer periódico independiente y dibujó la primera caricatura política de su país, y después de todo eso aún le quedó tiempo, tal vez porque dormía menos de seis horas diarias y vivía bajo un horario estrictamente reglamentado, de configurar la ética del trabajo que dominaría al mundo por los siglos venideros, en libros como The Way to Wealth, donde apuntó: “¡Pero cuánto tiempo desperdiciamos en dormir!”) En fin, no es extraño que en Estados Unidos, la patria de la velocidad, el malestar del cronómetro se haya convertido en pandemia, según las estadísticas proporcionadas por el doctor Larry Dossey, quien acuñó el término time-sickness en 1982, después de haber padecido él mismo los efectos de nuestro orgulloso mundo de titanes. Ahora la pandemia se extiende no sólo en Occidente, sino en países orientales que habían vivido históricamente bajo la sabia filosofía de la holganza, como China. En la medida en que la sofisticación tecnológica y la economía global se han vuelto inescapables no hay fábrica u oficina en Taipei o Bangalore que no se haya contagiado finalmente de la angustia del tictac. Faxes, celulares, alarmas digitales, bippers, ringers, timers, esta es la imparable producción de artefactos que no dejan de invitarnos a orar: “¡Oh, Dios mío, voy a llegar tarde!”, esa nueva Liturgia de las Horas.
Hay un ascetismo de la velocidad que consiste en la renuncia radical al goce de la vida. Se trata del mismo ascetismo del trabajo externo (iba a escribir: extremo) que describió Marx: una labor penosa que enajena al hombre, mortifica su cuerpo y menoscaba su personalidad. Si bajo la estructura de la jornada de trabajo el tiempo ya no nos pertenece sino que le pertenecemos a él, cuánto peor si esa jornada se prolonga indefinidamente y nos sigue a todas partes con trabajo que se lleva a casa, notas que se toman durante el viaje, llamadas que no cesan a la hora de comer. El ascetismo de la velocidad es sacrificio del tiempo propio (el tiempo del sueño y la conversación, del amor y el cuerpo, de la contemplación y de todo lo que sirve al placer de la gente libre), por tiempo ganado (el tiempo de los negocios). Ahorrar tiempo es ganar tiempo, y si el tiempo es oro, el que lo ahorra y lo gana se enriquece. Y dado que nuestra época ha obedecido como nunca a la exhortación de hacer dinero, se considera legítimo y hasta admirable desaparecer la sobremesa y convertir el restaurante en extensión de la oficina. Eso me recuerda aquella frase de Johann Kasper Lavater, padre de la fisiognomía y eclesiástico de la iglesia reformada, según la cual ni siquiera en el cielo “podemos conocer la bienaventuranza sin tener una ocupación”. En otras palabras: el paraíso ya no es el ocio (esa forma de perder el tiempo, según Franklin); el paraíso es el trabajo mismo. En eso consistió, entre otras cosas, la gran reforma de la iglesia: en poner al cielo y al infierno de cabeza. Porque sólo el surgimiento de un nuevo mito, el mito de la salvación por el trabajo, podría revertir en el hombre su íntimo rechazo al yugo, su tendencia natural a holgazanear. De vivir en esta época, en que millones de hombres y mujeres ponen en peligro su vida y destrozan sus propios nervios por trabajar sin descanso y llenarse de ocupaciones en la playa, probablemente Lavater se sentiría en la gloria. Todos esos hombres y mujeres se han convertido, sin saberlo siquiera, en los mártires modernos de la ética protestante, para la cual el trabajo más que una necesidad, es un llamado, el sentido último de la existencia. ¿Quién entre estos ascetas entregados a la sagrada causa laboral se opondría hoy a una nueva reforma: la abolición del domingo? (En Francia los jubilados hacen marchas cada vez que se pretende reducir la edad para el retiro, porque una vez que el trabajo se convirtió en el sustituto de la vida, el retiro adquirió la forma de una muerte prematura.) Si, como escribió Weber, el espíritu del capitalismo encontró en la ética protestante su justificación esencialmente religiosa, con la velocidad descubrió algo más: una forma de éxtasis secular, una adicción (“el único vicio nuevo”, lo llamaría el escritor francés, amante de los desplazamientos y los viajes, Paul Morand).
En el camino de la autoinmolación, al time-sickness sigue el burnout: el cansancio de todos los cansancios, el último cansancio, después del cual sólo queda un gran vacío. Ningún afán ya, las manos ya no toman nada. Suena el teléfono, nadie responde. El burnout es la postración de un sistema nervioso exhausto, una resaca por sobredosis de eficiencia. Síndrome de Agotamiento Profesional. Sus efectos están más allá de la fatiga física, los dolores de cabeza, las úlceras, los insomnios, las irritabilidades. El burnout es el preludio de la muerte del alma, el alto precio que pagan los soldados del deber, fustigados por un reloj tiránico (cada vez más horas, cada vez más rápido, “casi bien no es suficiente”). El cuerpo cansado es un cuerpo que se rebela, un cuerpo que ha hecho el paro y defiende su derecho natural a reposar. A través del agotamiento, el tiempo biológico intenta imponerle un compás distinto al hombre del tiempo frenético; le dice: “Detente...” Pero el burnout es una alarma tocada a destiempo, cuando el corredor ya se ha desfondado, se ha deshumanizado hasta convertirse en un autómata, un extraño de sí mismo. Lo que sigue parece más bien un freno inútil, un freno después de la catástrofe. Ansiolíticos para ralentizar un cuerpo inerte. Y entonces los médicos aconsejan un “régimen de ocio” que devuelva la vida al paciente: conversar con los amigos, ir al cine, beber una copa de vino de vez en cuando, jugar con los hijos, ensayar una nueva gimnasia amorosa, apagar el celular. Como han dejado de ser hombres, los soldados de la eficiencia requieren que sean otros quienes les recuerden que lo son. Algo semejante advirtió Séneca sobre el hombre ocupado, un personaje anómalo en la cultura latina: “¡Pensar que existe gente que tiene que confiar en otro para saber si está sentada! Un hombre así no es un ocioso, hay que darle otro nombre: es un enfermo, más aún, es un muerto. Es ocioso aquel que tiene la sensación de su propio ocio. Y vivo a medias el que necesita un indicio para darse cuenta de los hábitos de su propio cuerpo. ¿Cómo puede éste ser dueño de tiempo alguno?”

10/7/09

BUIKA: UNA ESTRELLA EN MIAMI

Ayer pasó una estrella por Miami y, gracias al Señor Desconocido –como dice mi Luna- me enteré a tiempo y compré una entrada para verla. Ayer le fui infiel a mi LUNA, porque quería disfrutar a BUIKA sola, tenerla para mí y quedarme con ella un rato. No tenía ganas de miradas cómplices, de manitos cogidas, porque compartirla me iba a quitar la intensidad que el momento merecía. Y tuve razón. El encuentro con BUIKA anoche en el Guzman Center, en el Downtown de Miami ha sido de lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, musicalmente hablando. Y bueno, mientras estaba allí, maravillada, riéndome, llorando, escuchando aquella negra desgarrada y tierna que me recordaba por momento a Whoopi Golberg en El Color Púrpura y viendo a los hombres a mi alrededor secarse las lágrimas disimuladamente, escuchando a la gente gritarle “guapa, te amamos”, etc, pensé en hacerle un artículo que estuviera lleno de palabras como estrella, corazón, alma, a la luz de las velas, sopita caliente, entrañas, inmensidad, y …bla, bla, bla. Pero hoy encontré una vieja entrevista que Buika le concedió al diario El País y decidí mejor ponerla íntegra aquí y que sea Buika la que hable de sí misma. Ahí se las dejo. Que la disfruten. Y por favor, si conocen a alguien como ella, aquí en esta ciudad, díganle que me escriba, o que me llame. Y los demás, que se vayan al carajo.
ENTREVISTA:
Su padre es escritor, poeta. ¿Le viene de ahí la vertiente artística?
Mi papá se fue hace muchos años. Nos abandonó. Él se imaginaba un mundo mucho más grande del que estaba viviendo. Creo que es lícito.

¿No dio ninguna explicación al marcharse
No hacía falta. Supongo que a mi mamá sí le habría ayudado, porque se marchó como no se tiene que marchar alguien. Se fue yendo a comprar no sé qué y no volvió más. Eso te deja muchas dudas. Era un idealista y un intelectual, además de subversivo. En un país como Guinea Ecuatorial, estaba perseguidísimo. A mi padre le buscaban por la lucha política. Y no sabíamos si estaba vivo o muerto. La verdad era que, simplemente, se marchó.

¿Qué edad tenía usted cuando eso ocurrió? ¿Le marcaría para siempre?
Yo tenía nueve años y me da igual que se haya ido.

¿A una niña de nueve años le da igual que su padre la abandone?
Sí. Nos darían igual muchas cosas si no fuera porque nos obligan a sufrir. Pero yo es una historia que no tengo. Aquí gusta mucho el tinte trágico, melancólico de las cosas, pero a mí me parece muy aburrido y no me gusta. Mi papá se fue y a mí me dio igual. La verdad es que yo estaba muy contenta. En un intento de educarlos, era muy totalitario y muy violento con sus hijos. Intentando que sus hijos no salieran dictadores, él se convirtió en uno ferocísimo.

¿Ha vuelto a verle?
Nunca. Pero el hombre ahora intenta volver. Y mi madre, desde que descubrió lo que es vivir en paz con uno mismo, está tan a gusto que pasa de él.
¿Cómo es la vida sentimental de Concha Buika?
Estuve casada con el padre de mi hijo y luego conocimos a nuestra mujer, África (ex cantante del grupo Mojo Project), y estuvimos en un trío.

Y eso, ¿cómo se gestiona?
Yo, que estoy como una cabra y no me creo las tonterías que se inventan los demás para hacernos creer que somos de una manera o de otra. Una institución como la Iglesia no puede decirme cómo soy. Que el matrimonio es de dos se lo inventó un tío, y como yo soy una tía, me invento que es de tres. Bueno, ¿y qué? Pues me caso. Se trata de arrimarse al querer antes que proclamarse en lo de la familia monoparental y esas cosas que nos venden.
Lo de las tres bandas será un poco complicado, ¿no? No es algo, digamos, convencional.
En una estructura social como la de hoy en día, un matrimonio a trío es lo más cómodo, coherente y emocionalmente divertido que yo he encontrado.

¿Dónde conoció a su marido?
Lo conocí en Mallorca. Es músico como yo. Es medio peruano y medio español. Fue un flechazo. Aunque no sé si fue algo más racional. A veces he pensado que fue el instinto biológico de ser madre. No lo sé. No lo tengo claro.

¿Continúa con él?
No. Terminó. Pero soy una persona a la que no le cuesta vivir las relaciones y tampoco me cuesta asimilar que se acaban. Me parece fascinante disfrutar del amor, disfrutar del desamor, disfrutar de un nuevo amor, de ése, de la otra y del de más allá. Aquí hemos venido a jugar al juego de estar vivos. Es ridículo ver a una persona dirigirse a estar viva con miedo o a morir con miedo. Es tonto. Que hubiera nacido perro o pájaro entonces. Si me han hecho humana, disfruto de ser humana. De perder, de ganar, de todo. No me parece que haya que introducir el concepto de culpa en ello como lo hacemos. ¿Qué culpa? Si no somos culpables de ser como somos. ¡Es terrible la culpa maldita en España, coño!

Pero, ¿cómo se forja una relación a trío?
Yo, que soy maquiavélica. Si las cosas no existen, pues tú te las inventas y las vuelves de verdad. Yo conocí a África de una forma muy bestia. Me la encontré y lo primero que hice fue agarrarla de la mano y llevarla a casa. Si yo veo una cosa tan bonita lo que quiero es que la persona que más quiero también la pueda disfrutar. ¿Por qué lo voy a esconder? Escondes lo malo, pero no es malo ver a una persona maravillosa y dejarte llevar. La llevé a casa y se la presenté a mi marido y le dije que estaba apasionadísima con esa chavala y le pedí por favor que la conociera. Tuvimos nuestro proceso de conocernos los cuatro, porque estaba también mi niño por medio. Y la verdad es que nos lo pasamos muy bien, fue muy divertido todo.

¿Cuánto tiempo duró?
Dos años. Dos años maravillosos. Nos casamos los tres, y todo, en Cádiz. En una boda preciosa. Lo hicimos como una ceremonia. A mí me interesa que me case quien va a ser feliz de verme feliz y no alguien a la que le da igual. Para mí, los contratos matrimoniales sólo sirven para generar economía. Me he casado unas cuantas veces y me pienso casar 800.000 veces más. Las que haga falta. Con la misma, con otro, con ésta, con quien sea. Pero yo me voy a casar mil veces más. Y si tiene que ser con la misma, con la misma.

Vamos, que usted reivindica el trío o el cuarteto o el quinteto…
Yo soy partidaria de que uno pueda casarse con quien le dé la gana. Pero es cierto que hay un sector de la sociedad que lo ve desde el lado de que eso conlleva una serie de cambios estructurales y se han encargado de que la farsa siga funcionando. Nosotros lo que vivimos es el rollo del amor. A mí me viene perfecto que no se legalice el matrimonio a tres bandas, me da igual. Yo no necesito que me reconozcan la capacidad para casarme. Yo ya lo he hecho y también me separé.

¿Por qué no funcionó?

Porque se establecía, de repente, la individualidad. Sigo creyendo en el trío y siempre creeré en el trío. Principalmente porque no es la primera ni la última vez que lo he visto. El trío es un concepto de vida, no es una manera de hacerlo. Eso ya lo pensaréis entre los tres. La cuestión es que yo no necesito convivir con mi marido y con mi esposa. Necesito amarles. Necesito convivir con sus ilusiones, sus deseos, pero no con sus cuerpos. Creo que realmente la vida de uno, como me dijo mi chica una vez, ya cansa lo suficiente como para tener que echarte a la espalda la vida de otra persona. A mí es que me gusta mucho mi mujer. Me gusta poderosamente. Es una cosa que se escapa a mi control, y, como todos los vicios, hay que saber cuándo…

¿Se puede querer a dos personas a la vez, como dice la copla?

Claro que sí. Se hace, no es que se pueda. Lo hacemos todos. Todos nos enamoramos de varias personas a la vez. Pero, como vivimos en una sociedad tan totalitaria, nos vemos obligados a escoger y siempre pensamos que a uno le amamos más que al otro, pero no es cierto. El concepto de cariño y de amor que se nos vende está enfocado a evitar a toda costa ese fin.

¿Cómo concibe usted el amor?
El amor es una cosa que uno se gana. Lo de convivir juntos es algo que te ganas con los años, no con los años de relación, sino con los años de relación contigo mismo. Cuando tú consigues vivir en ti, ponerte de acuerdo contigo mismo, entonces estás preparado para vivir con quien quieras. Y creo que para llegar a ese estado se tardan unos cuantos años. Treinta años no son suficientes. Tengo 34 años y me parece que necesito más tiempo. Mi concepto del amor es personal, exclusivo, único. Es algo de uno. Es una capacidad que uno tiene y que en todo caso otra persona te despierta, cosa que pueden hacer, aparte de esa persona, otros 150 millones de personas en el planeta.
(...)

Entonces, ¿cuál es su situación sentimental actual, en trío, en pareja?
Estoy con mi Afriquita de mi corazón. Estoy enamorada hasta las trancas, me tiene loca esa mujer. Es mi chica, la quiero un montón y espero que sea una de las cosas que vea antes de morirme. Por otro lado, tengo una relación conmigo misma que obliga por fuerza, por instinto, a vivir mis historias pasionales, gracias a que tengo un mundo pasional abierto. No le tengo miedo a estar viva. Lo que no puedo hacer es culparme porque la sociedad tenga un concepto diferente.

¿No teme que el Foro de la Familia monte una manifestación para enviarla a un psiquiátrico?
Es fascinante encontrar opositores, me parece maravilloso.

Pero habrá gente que le odie por manifestar abiertamente su diferencia.
El odio es un veneno que sólo padece y disfruta el que lo practica. Es horrible el odio. Hace daño a la persona que lo siente, no a la odiada. Sé que detrás de mis palabras hay muchas ampollas y sé que hay mucha gente que podrá llegar hasta a odiar lo que yo he dicho, pero yo no siento ese odio, no me llega. Una cosa es que no estés de acuerdo con algo y otra cosa es que lo lleves al extremo del odio, de poner pancartas, salir a la calle, hacer que tu hijo sufra una cosa que es tu opinión exclusiva. Me parece muy sospechoso. ¿Con qué sueña esa gente antes de dormirse? ¿No será que ellos están más cerca de mi mundo que yo del suyo y por eso me buscan a mí mientras yo no les busco a ellos?

¿Usted cómo se define?
Yo soy bisexual, trifásica y tridimensional.