19/4/07

EL TELEVISOR

Por Midiala Rosales Rosa.

“Televisión a colores, ¡qué bien se ve!”....
Canción de Los Van Van


Me he comprado un televisor de veintisiete pulgadas que casi no cabe en mi cuarto. Es negro y parece un ataúd. Lo he puesto sobre un mueble viejo junto al equipo de música y algunos portarretratos con fotos de familiares y amigos. He llamado a una amiga para contarle que me he comprado un televisor de veintisiete pulgadas, inmenso, tan inmenso que parece como si tuviera parado delante de mi cama a un negro de un metro ochenta de estatura, alto y musculoso. En la oscuridad se ve amenazante, como si además de ser un negro alto, el negro -es decir, el televisor-, no tuviera muy buenas intenciones. Pero cuando lo enciendo, la pantalla reluce y las imágenes se ven tan nítidas que parece que estuviera durmiendo en un cine, acostada en una sala VIP, con cama, almohadas y fotos familiares. Me imagino que un día a alguien se le se le ocurrirá hacer una sala de cine donde las personas podrán llevar sus fotos personales, su almohada y sus sábanas para pasar la noche. Un cine para insomnes. La función quizás pueda incluir chocolate caliente y tres películas que terminarían al amanecer. Allí los insomnes se encontrarían con otros insomnes y cada quien montaría su espacio en esta sala de cine, que en vez de asientos tendría camas. La presencia de otros les haría olvidar a los insomnes, momentáneamente, su soledad- casi todos los insomnes son gente sola- y la función, quizás, les ayudaría a recuperar el sueño- la mayoría de la gente que no duerme en las noches se queda dormida, sin embargo, frente a la televisión.
Todo esto pensaba mirando mi televisor de veintisiete pulgadas. Como hace tres días que lo compré, hace exactamente tres noches que duermo mal y tarde. Es por causa del tamaño de los rostros que aparecen en la pantalla. Casi doblan el tamaño del mío, así que resultan amenazantes. Sobre todo cuando en un comercial el vendedor te mira fijamente en la oscuridad y te dice que compres “esta aspiradora que no tiene comparación con las que hay en el mercado”. En ese momento, apagar el televisor resulta imposible. Sería como botar a alguien de la casa, al mismo Dios omnipresente, dado el tamaño de los rostros en la pantalla. Y no puedo dormir porque además, cuando apago el televisor, la negra pantalla parece un hueco oscuro donde se escondieran miles de fantasmas clamando porque los deje salir. Y no puedo más que pensar que ahí adentro están todos, llamándome, tentándome para que les dé vida con un simple apretón en el botón power del control remoto. Casi los escucho suplicar. Esa sensación de tenerlos encerrados no me deja dormir. Y entonces empiezan a tentarme: ¿Habrán descubierto al criminal que ayer raptó a una niña de seis años en Estados Unidos?- me digo, pensando en encender el aparato y sintonizar el American Network. O, ponerlo quizás en el E-Entertainment Television, donde a estas horas quizás estén transmitiendo la vida trágica de alguna celebridad de Hollywood. Y es que, ¿cómo conciliar el sueño mientras Rock Hudson agoniza enfermo de Sida? O mientras Ike Turner le está dando una paliza a Tina, que después se vengará, cantando triunfante What love has to do with it? Eso sin pensar que en Animal Planet quizás ahora algún cocodrilo esté acechando a una inocente e indefensa cebra que intenta cruzar un río; que en History Chanel Lee Harvey Oswald le dispara a John F. Kennedy; que en MTV los Osbournes maldicen y pelean entre ellos, que en CNN acaba de explotar una bomba en Israel y que en TV Azteca lo más probable es que algún galán de telenovela le esté confesando en este mismo instante a su cuñada que la ama y que quiere que juntos maten a su hermano.

Mientras todo esto pasa dentro de la caja maldita, yo estoy en la oscuridad pensando que para comprarme el televisor han tenido que pasar treinta y seis años. Los primeros veinte los viví en un pueblo de provincia, a cuarenta y cinco kilómetros de La Habana. En ese tiempo no había televisores a color en mi pueblo, y mi madre le puso una mica azul a la mitad superior de la pantalla de nuestro televisor en blanco y negro y a la otra mitad, una mica roja. Así pudimos hacernos la idea de que teníamos “televisión a color”. Los otros trece años los pasé en La Habana. Allí no tenía televisor y en las noches iba a casa de una vecina a ver algún programa. Luego salí de Cuba, me quedé en México, comencé a trabajar en una revista muy conocida y, justo la semana pasada, la madre de una amiga murió y me enteré que estaba vendiendo el viejo televisor de la difunta. Entonces le pedí la tarde a mi jefe para ir a buscar el aparato, que hace sólo unas horas decidí comprar. Porque este televisor no es un televisor nuevo. La madre de mi amiga hacía seis años que lo tenía. Quizás por eso también lo encuentro tan amenazante. Sabe Dios si a la señora le hubiera gustado que alguien más viera su televisión. Y, mirándolo bien, tiene pinta de ser un televisor de alguien que murió. Tan adusto y serio es, con ese color negro, la caja cuadrada, los botones toscos y el mucho polvo que todavía no me he tomado el trabajo de quitar.

Y pienso en la noticia que leí, sobre que ahora en Cuba sólo se pueden adquirir televisores chinos, marca PANDA. El sistema para tener un televisor en Cuba es algo bien complicado. El gobierno envía a cada barrio un televisor, que se le asigna, tras una asamblea, a la persona políticamente más integrada, con más méritos laborales o a los más necesitados. La asamblea la preside el Jefe de los Comités de Defensa de la Revolución. Allí, después de una discusión entre los vecinos, se hace una votación y se elige a la persona que tendrá el derecho a comprar el televisor, cuyo costo es de cinco mil pesos, que es el salario de dos años de un cubano común. Leí en una nota que en el pueblo de Nuevitas le asignaron el televisor a una tal Migdalia, en detrimento de una vecina que era minusválida. Se lo asignaron a Migdalia por encima de la minusválida porque Migdalia es una persona “integrada”, que coopera en todo con la revolución, mientras que la minusválida no tenía ningún mérito y su discapacidad, comparada con la combatividad de Migdalia, al parecer, resultó bien poca cosa ante los ojos de los compañeros vecinos. Como después de ese tipo de reunión casi siempre los vecinos terminan enemistados, los cubanos han hecho un chiste con la marca del televisor. Ahora en Cuba dicen que PANDA significa Producto Altamente Nocivo, Destructor de Amistades.

Así que llevo tres noches diciéndome, mientras salto de un canal al otro, que finalmente tengo mi televisor. Por suerte, no tuve que pelearme con nadie para tenerlo. Sólo trabajé y lo compré. Es cierto que para tenerlo tuve que dejar atrás a los amigos, la isla de Cuba, mi familia y algunos sueños que jamás se cumplirán. Pero yo tengo finalmente mi televisor de veintisiete pulgadas, aunque sea viejo y negro y tenga ese aire de misterio, ese aire terrorífico. Y me pregunto por qué no pude haberlo tenido antes, si finalmente no es nada del otro mundo poder comprarse un televisor. Basta con tener el dinero y el derecho a comprarlo.

Y aquí estoy, intentando apagar sin éxito este aparato desproporcionado Mirándolo fijamente sin verlo. Insomne. Cambiando de canal una y otra vez, mientras las noticias me atormentan como las voces que deben escuchar los esquizofrenicos: Treinta y seis muertos por descarrilamiento de tren en Ucrania; deslave en el sur de Bolivia; Ministro de Agricultura de México declara que no hay crisis en el campo; mujer violada en Central Park; las aves comienzan a emigrar al sur; el pato Donald le da un porrazo en la cabeza al perro Pluto; Barbara Walters entrevista a Witney Houston, quien dice que ella no se considera una drogadicta, “sino alguien con un mal hábito que no puede controlar”. Fidel Castro declara que Estados Unidos es el culpable; Corea del Sur se disculpa por la masacre de Virginia Tech, mientras el presidente Bush dice que eran personas que estaban en el ludar equivocado en el momento equivocado –lo mismo dice cada vez que muere un soldado americano en Iraq; el Papa Benedicto reafirma su conservadurismo; nace el pintor Tolouse Lautrec; Yoko Ono dice que Lenon aún vive- aunque no especifica dónde. Y me pregunto si un televisor merece tantos desvelos, y si realmente necesito tener un aparato tan grande y tan inquietante aquí en mi cuarto, en mi vida.

12/4/07

LA ULTIMA ESTACION (Poesia) MIDIALA ROSALES

Poema

Midiala Rosales

No creo en Dios ni en el Hombre
el amor ya no me salva
la felicidad es una quimera
una utopía como las revoluciones
la humanidad camina inútilmente en círculos
cada vez más estrechos
pocas cosas me emocionan
todas sin importancia ni utilidad
no tengo nada que me salve o me retenga
en ninguna parte soy
en ningún lugar logro estar
mi cuerpo como un caparazón fastidioso
me condena a la rutina.
No reconozco patrias ni banderas
Soy extranjera de mi propia especie
La química y el barro de la que estoy hecha
son tan extraños para mí como una galaxia
Me sobran ciertas emociones que no sabría cómo usar
El idioma tiene demasiadas palabras
mi vida podría contarse o explicarse con sólo
dos o tres verbos o dos o tres sonidos
Podría matar como puedo dormir
pero prefiero dormir
para matar se necesitan demasiadas
estrategias y emociones
No tengo fuerzas para tanto
Tengo demasiada compasión del mundo
y de mí para intentar un acto tan categórico
Siento que en cualquier momento podría perecer
y no hablo de morir o de suicidio
puede que simplemente algo dentro de mí
se desconecte sin remedio
como un radio viejo o un equipo descontinuado
presiento que en cualquier momento
puedo apagarme
gastarme
languidecer lentamente como languidecen
los atardeceres y las velas.

ANDO BESANDO MIS MUERTOS ESTA NOCHE (Poesia) MIDIALA ROSALES

Ando besando mis muertos esta noche
sus bocas simples
de lentos pájaros atravesados en la garganta
coro de tierra y hueso
bestias vírgenes que antes alabaron el crepúsculo.

Los días de invierno me traspasan
fingen desvirtuar el polvo de tanta ausencia.
¿Quién desató la niebla ?
Nadie sabe en qué profundidades se pierde
y lejos el camino responde oscuramente.

Sueñen un mago para reclamar el rito
No es difícil este orgullo
Aún más lamentables fueron los disparos
el despertar y hallar la verja temblorosa sin la llave gótica.

Culpen entonces a las catedrales
El disparo estaba en su silencio
Miles de silencios sobre un ángel que aplaudía
Nadie supo nunca para qué sitio
Esos aplausos eran un símbolo
La fuente y el molino acechando la casa
Una casa donde las bestias vírgenes reían
y el mago miraba tiernamente
la piedra que sangraba.